La Guerra de Malvinas comenzó el 2 de abril de 1982. Durante esa mañana de viernes, doscientos soldados argentinos desembarcaron en el archipiélago situado en el Mar Argentino con el objetivo de tomar por las armas los puntos estratégicos de las islas, como el aeropuerto y el faro del Cabo San Felipe. La intención era recuperar el territorio, ocupado por el gobierno británico desde 1833. Alrededor del mediodía, el llamado “Plan Rosario”, en el que intervinieron las tres fuerzas militares argentinas – el Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea –, había logrado su cometido. Luego de ciento cuarenta y nueve años, volvía a izarse la bandera nacional en territorio isleño.
El enfrentamiento, cuyas hostilidades comenzaron a principios de mayo, duró tan solo setenta y cuatro días. Setenta y cuatro días en los que seiscientos cincuenta soldados argentinos y doscientos cincuenta y cinco británicos perdieron la vida. Setenta y cuatro días para que se dé el arrío de la enseña celeste y blanca y un nuevo izamiento de la bandera británica. El origen del conflicto – un intento por parte de las fuerzas armadas por lograr una unificación nacional que dejara de lado las atrocidades cometidas por la dictadura que ellas mismas impusieran –, su desarrollo – plagado de mentiras, torturas, robos y muertes – y su desenlace final – adjudicado a un sinfín de razones – perduran hasta el día de hoy como una herida abierta en la sociedad. A cuarenta años del inicio de la guerra, Malvinas continúa siendo un tópico sensible, una asignatura repleta de silencios y violencias, de ausencias y rupturas, de culpas ajenas y responsabilidades propias difíciles de determinar.